Afortunadísimo Apóstol, tan favorecido de la Soberana Reina del Cielo, María Santísima, que le merecisteis, aun estando ella en esta vida, viniese en persona desde Jerusalén a España a visitaros, fortaleceros y significaros que era gusto de Dios y suyo le erigieseis en Zaragoza un Templo, que fue el primero que en el Orbe Cristiano se vio consagrado a la verdadera única Deidad, y a la que le dio el humano Ser; yo os suplico por el mérito y el consuelo que tuvisteis en ejecutar tan dulce y tan honroso precepto, consagréis también mi corazón en Templo de María Santísima, y le hagáis firmísima Columna sobre la cual esté siempre dignamente colocada y servida de mis potencias y sentidos, como amabilísima Madre, y poderosísima Señora. Haced, tiernísimo devoto de esta gran Reina, que todos os imitemos en amarla y en servirla, para que así como se dignó visitaros en vida, así en ella, y en la hora de nuestra muerte nos visite, y asista hasta ponernos seguros en la Gloria. Amén.